Mejor la Madrid mestiza que la postal idealizada del pasado

Escrito el 23/11/2025
Rubén Amón

Feijóo clama contra el peligro de los "barrios irreconocibles" como si la llegada de inmigrantes los hubieran desfigurado, cuando ha sucedido lo contrario

Madrid es barrio y bulevar, geranio en una ventana y neón de un restaurante coreano, vermú de mediodía y té matcha a media tarde. Esa es su música: una mezcla que no pide permiso y que nunca ha necesitado justificación. Por eso sorprende escuchar a Feijóo sermonear que "no se pueden convertir barrios enteros en lugares irreconocibles", como si la ciudad fuera un decorado que debe permanecer intacto, como si la vida urbana se pudiese plastificar con el celo del recuerdo. La frase viene envuelta en reproche a la inmigración, pero suena sobre todo a nostalgia impostada, a ese empeño de algunos políticos por idealizar un pasado que nunca fue tan amable como pretende la épica folclórica del retrovisor.

Porque los barrios donde crecimos -Chamartín, Carabanchel, Vallecas, Tetuán, Prosperidad, Latina o Moratalaz- no eran templos de la virtud ciudadana. Eran lugares estimables, sí, pero con su dosis de susto en la esquina, la portería desconchada, el yonqui recostado a la una del mediodía en un cajero, las tribus urbanas que imitaban a Londres, el atraco del quiosco o de la farmacia que luego todos comentaban en la panadería.

Había una grisura social, un desánimo pegado a las fachadas, una sensación de provisionalidad que hoy parece imposible de recordar. No eran barrios de postal; eran barrios de supervivencia. Y, sin embargo, ahora se pretende venderlos como paraísos perdidos donde los vecinos se saludaban como en una zarzuela y los niños jugaban al rescate sin que nadie les quitase el bocadillo. Qué facilidad para fabricar leyendas cuando conviene.

Lo que molesta del discurso de Feijóo no es solo el error factual (ningún barrio se ha vuelto irreconocible por culpa de la inmigración, y Madrid sigue siendo más Madrid que nunca), sino la insinuación de que la ciudad debería congelarse en un tiempo idealizado, como si la modernidad fuese una amenaza y la diversidad, una intrusa.

Rubén Amón

Se olvida que la capital siempre ha sido un collage, una mezcla de acentos, orígenes y oportunidades; que si algo la define es precisamente su condición de refugio. Madrid no pregunta de dónde vienes, sino qué estás dispuesto a hacer con tu vida una vez llegas. Esa ha sido su grandeza desde que se convirtió en destino para los que buscaban trabajo, libertad, anonimato o simplemente un cuarto propio donde reescribir su existencia.

Dicen ahora que la multiculturalidad "desfigura", pero cualquiera que camine por Lavapiés, Usera, Chamberí o Ciudad Lineal sabe que ocurre lo contrario: la enriquece, la colorea, la estimula. Madrid se ha vuelto más interesante, más despierta, más colorida. Se come mejor que nunca, se escuchan más lenguas que nunca, se mezclan más estilos que nunca.

Rubén Amón

Hay librerías marroquíes, panaderías venezolanas, ultramarinos chinos convertidos en templos del ingenio cotidiano, peluquerías dominicanas donde se cuentan historias mejores que en cualquier tertulia, bares latinoamericanos que conviven con tabernas centenarias. Y todo encaja porque Madrid, pese a sus desigualdades, tiene una admirable capacidad de absorber y de reinventarse.

Que hay problemas: claro que los hay. Los ha habido siempre. Pero atribuirlos a la inmigración es reducir la complejidad a un eslogan triste. Las dificultades de vivienda, la presión del alquiler, la gentrificación acelerada, el ruido, la congestión, la inseguridad puntual… son fenómenos urbanos propios de cualquier gran capital en crecimiento. Y deben resolverse con políticas inteligentes, no con mensajes que buscan identificar un culpable cómodo. Feijóo habla de barrios irreconocibles, pero lo que él reconoce es un miedo viejo: el miedo a la mezcla, el temor al cambio, esa nostalgia de cartón piedra que transforma los recuerdos en cuentos reaccionarios.

Lo más paradójico es que Madrid, lejos de deteriorarse, vive uno de sus mejores momentos históricos. Y no por la provinciana gestión municipal, quede claro. Es una ciudad más cosmopolita, más segura, más abierta y más viva que la de los años ochenta o noventa. Hay más cultura, más arte, más música, más calles cuidadas, más alternativas. Y, sobre todo, más convivencia. Basta pasear por la plaza de Olavide cualquier tarde, por el mercado de los Mostenses a la hora del almuerzo, por la calle Embajadores cuando empieza a caer el sol, o por Bravo Murillo un domingo por la mañana. Los barrios respiran una vitalidad que antes no existía: gente diversa que compra, charla, trabaja, estudia, emprende, se abre camino. Lo reconocible de Madrid hoy no es un rostro único, sino su composición coral.

Héctor García Barnés

Quizá lo que incomoda a algunos es que la ciudad ya no les pertenece en exclusiva. Madrid pertenece a quien la vive, no a quien la recuerda. Por eso la frase de Feijóo revela más de él que de la ciudad: su deseo de conservar un paisaje emocional que ya no existe. Pero la nostalgia no puede convertirse en programa político. Ni la identidad urbana puede usarse como arma arrojadiza contra quienes la enriquecen.