Pedro Sánchez insistió ayer en que no habrá elecciones generales hasta 2027. La peor crisis política y de reputación desde que está a los mandos del PSOE y del Gobierno, gestada a golpe de corruptelas y acoso sexual, dice que no le va a hacer cambiar de opinión. No tiene incentivos para llamar a los españoles a votar. Pero el presidente del Gobierno observa, sentado en el Consejo de Ministros, cómo vuelan los cuchillos. Una fuente socialista con mando en la dirección del partido admite que «esos no faltan nunca».
Hay ministros que se mueven ante el «fin de ciclo» que se respira en el partido y en Moncloa. Y aunque el propio presidente haya intentado levantar un muro para que el lodo de Ferraz no manche al Gobierno, lo cierto es que se imponen los recelos y suspicacias en el palacio presidencial, mientras todos allí juegan sus cartas hasta 2027. Las víctimas de la guerra interna que atraviesa al PSOE tienen cada vez más entidad y el lodazal está a punto de entrar en el despacho de Pedro Sánchez.
La última en recibir un navajazo es la vicepresidenta primera, María Jesús Montero. La detención, la semana pasada, del expresidente de la Sociedad Española de Participaciones Empresariales (SEPI), Vicente Fernández, en una causa todavía secreta de la Audiencia Nacional en la que puede ser acusado de fraude, malversación, falsedad documental, tráfico de influencias y prevaricación, es un golpe colosal contra la todopoderosa «número dos» del partido y candidata socialista en Andalucía. Esas elecciones son la clave del próximo ciclo electoral, que abre Extremadura el 21 de diciembre y siguen Aragón y Castilla y León.
Es más, como ya contó este diario, son la brújula con la que el presidente orientará sus próximos pasos. La presión está encima de Montero, ya que Fernández era un hombre de su confianza. Además, la entrada de las unidades policiales en la sede de varias empresas públicas no es más que otro bofetón. En el partido empiezan a asumir que es «insostenible» continuar con el relato de que siempre hay quien te puede decepcionar, porque la lista de decepciones del PSOE empieza a quedarse sin papel.
Por el momento, según ha sabido LA RAZÓN por fuentes gubernamentales, el presidente solo baraja la próxima salida de Pilar Alegría de Moncloa rumbo a Zaragoza, donde se medirá contra el popular Jorge Azcón. «El resto son todo especulaciones», incluido que sonara el nombre de Óscar López como sustituto, explicaba una fuente, antes de que se diera por hecho que «será una mujer».
En el Gobierno admiten que, si Alegría tuvo alguna vez la pretensión de hacerse con las riendas del PSOE, su foto con Paco Salazar –el supuesto acosador sexual que trabajó codo a codo con Sánchez y que estaba llamado a ser su auténtico hombre fuerte en esta etapa– fue su tumba: «Hay errores que se pagan caros», explica un miembro relevante del Consejo de Ministros.
No es ningún secreto que hay miembros del Gobierno y de la ejecutiva del PSOE que ya están pensando en el día después de la muerte de la coalición progresista. Dentro de La Moncloa hay personajes con ambición. Y, llegado el momento de las urnas, sufrirán la presión. El ministro de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, es el encargado de engrasar la relación con la oposición y, en general, con todos los estamentos del Estado hostiles al Gobierno. No son pocos. Pero lo cierto es que casi todos tienen una buena palabra de él. No por casualidad, Bolaños ha sido el único ministro que ha pactado con el PP esta legislatura. En el PSOE hay quien le ve como el elemento de concertación nacional que puede unir a su partido y al PP en caso de que el avance de Vox sea tan significativo que a Alberto Núñez Feijóo no le quede más remedio que meter a Santiago Abascal en el puente de mando del país; algo que en Génova no se quiere ni contemplar como mera hipótesis.
La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, también se mueve. Aunque por el momento no se sabe hacia dónde. La también ministra de Trabajo exige al presidente que haga una profunda remodelación del Gobierno para atajar la crisis de reputación en la que se ha sumido el Ejecutivo tras el movimiento de repulsa feminista contra los comportamientos machistas de algunos los cuadros del Partido Socialista.
Precisamente, el feminismo y la defensa de las víctimas de acoso sexual constituyen el primer movimiento de contestación interna al liderazgo de Sánchez. Y, en ese sentido, cabe reseñar el regreso estelar de Carmen Calvo, ex vicepresidenta del Gobierno. Calvo ha lamentado recientemente la vuelta de «liderazgos machistas y testosterónicos». A Calvo se ha sumado Adriana Lastra, actual delegada del Gobierno en Asturias y vicesecretaria general del PSOE. Ambas son también señaladas como responsables de agitar el avispero.
Es más, las fuentes consultadas explican que en estos últimos días las dos «han puesto su grano de arena», destapando comportamientos y alzando la voz en defensa de las víctimas del machismo y del acoso. El núcleo duro del feminismo socialista está en pie. Se puede decir que se ha convertido en el primer contrapeso interno de Sánchez. En verdad, se esperan más cabezas. Llevan días apuntando que hay más casos como el de Salazar en el partido y en el Ejecutivo, donde el pánico se extiende con cada nueva información.
Las fuentes consultadas elucubran con la hipótesis de que este movimiento subterráneo del PSOE desemboque en el liderazgo de una mujer cuando Sánchez sea historia; algo que cada vez más en el partido admiten que va a llegar más pronto que tarde. La guerra soterrada que recorre al partido tiene, según admiten distintos dirigentes, un origen claro: la sensación de fin de ciclo y la convicción de que quedan cuentas pendientes.
En el PSOE saben que el presidente agotará la legislatura hasta donde pueda, pero también asumen que el tramo final será áspero, cargado de ruido y desgaste. Entre los cuadros del partido y del Gobierno consultados hay un consenso formal: el feminismo no se toca, es una línea roja y un terreno especialmente delicado, con un alto potencial destructivo si se usa como fuego amigo. Sin embargo, bajo ese discurso compartido se esconde otra realidad. La tensión ha alcanzado tal grado que la desconfianza se ha vuelto estructural. Nadie se fía de nadie. Ni siquiera quienes hoy se alinean con Sánchez confían plenamente entre ellos. El presidente puso ayer una sonrisa de circunstancias.
