La ibogaína es un psicotrópico natural, extraído de la raíz del arbusto 'Tabernanthe iboga' originario de África Central y, en los últimos tiempos, está llamando la atención de investigadores, médicos y pacientes como una posible “cura milagrosa” para la adicción a opioides, el estrés postraumático (PTSD por sus siglas en inglés) y la depresión resistente a tratamientos convencionales.
Pero, ¿qué hace la ibogaína exactamente? ¿Es segura? ¿Es legal? ¿Es tan efectiva como algunos afirman?
De rito tribal a laboratorio clínico
La ibogaína ha sido utilizada durante siglos por comunidades Bwiti en Gabón, Camerún y Congo como parte de ceremonias espirituales y rituales de iniciación. El uso ceremonial de esta poderosa sustancia se documentó por primera vez durante las expediciones francesas y belgas del siglo XIX. En estos contextos, se empleaba para inducir visiones profundas que ayudaban a los participantes a conectarse con sus ancestros o sanar traumas. Esta sustancia abre una rendija entre el sueño y la vigilia: un estado onírico donde los bordes de la memoria se afilan y las personas parecen cruzarse con los rostros de sus antepasados o contemplarse a sí mismas en vidas que no reconocen. Pero en el siglo XX hubo un acontecimiento que marcó un antes y un después.
Fue en 1962 cuando Howard Lotsof, un joven estadounidense adicto a la heroína, y farmacólogo americano, descubrió accidentalmente el potencial terapéutico de la ibogaína. Tras tomarla, experimentó una intensa experiencia psicodélica y, al despertar, no sintió síntomas de abstinencia ni deseo de consumir droga. Desde entonces, Lotsof se convirtió en uno de sus principales defensores, impulsando investigaciones y tratamientos experimentales.
¿Cómo actúa la ibogaína en el cerebro?
La ibogaína es una molécula compleja que interactúa con múltiples sistemas neuroquímicos. Influye en receptores de serotonina, dopamina, glutamato y opioides, lo que genera una especie de reseteo del sistema de recompensa del cerebro -uno de los circuitos más afectados por las adicciones-. De hecho, ha demostrado una notable eficacia para combatir la adicción a los opioides y la dependencia del crack.
Según estudios recientes publicados en revistas como Cell y Nature Mental Health, también promueve la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro de reorganizarse y formar nuevas conexiones. En pacientes con trastornos por consumo de sustancias, esto puede traducirse en una oportunidad real de romper patrones destructivos.
Además, a diferencia de otros psicodélicos como la psilocibina o el LSD, la ibogaína parece tener un efecto modulador sobre los receptores NMDA, lo que podría explicar su capacidad para reducir los síntomas de abstinencia y ansiedad en tan solo 24 a 48 horas después de su administración.
Una experiencia no exenta de riesgos
La ibogaína induce un estado alterado de conciencia profundo, que puede durar entre 12 y 36 horas. Los pacientes suelen describirlo como un “sueño vívido” en el que reviven recuerdos reprimidos, traumas y momentos clave de su historia personal, algo que también puede ser emocionalmente perturbador.
Por eso, los tratamientos con ibogaína se realizan bajo supervisión médica, en entornos cuidadosamente controlados. Pero, ¿es segura? Hay riesgos. Puede provocar efectos secundarios graves, especialmente a nivel cardíaco; puede alterar el ritmo del corazón, y en casos muy raros ha habido muertes asociadas, generalmente por falta de monitoreo clínico adecuado o por interacciones con otras sustancias.
¿Qué dice la ciencia hasta ahora?
Si bien es cierto que los compuestos de la ibogaína han demostrado ser prometedores para tratar la adicción, en particular a los opioides, se necesita una mejor investigación para determinar su funcionamiento, opinan la mayoría de expertos.
En modelos animales, derivados de ibogaína han mostrado ser más potentes que antidepresivos tradicionales como los ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina), sin sus efectos secundarios más comunes. En humanos, la ibogaína ha sido eficaz para interrumpir el consumo de opioides, alcohol, metanfetamina, cocaína y benzodiacepinas, con tasas de éxito superiores a muchos tratamientos convencionales.
Es indudable que la medicina psicodélica sigue en alza en nuestra sociedad. El reto es seguir investigando con seriedad su eficacia y seguridad (administrar un psicodélico tan potente es delicado), y garantizar que su uso se haga con ética y respeto por sus raíces culturales (dado que en Gabón se considera una planta sagrada).
